Cuento en base a las 5 fotos (actividad en clase)

Espere a quien espera     

 

Yo sabía que abajo del jacarandá iba a estar esperando, nunca se a quien espera, aunque yo solo espero que me espere a mí. Tenía que apurarme, los minutos que quedaban se me acababan, era como si el agua decidiera ser mi medida de tiempo que se resbala por mi frente y por mis palmas, que se me iba lo más rápido que podía, era el sudor de nerviosismo y de calor causado por el verano de enero. Exactamente a las 4 aparece bajo las flores lilas del jacarandá y me gusta imaginar que la creciente brisa de la esquina le revolotea pétalos en sus zapatos de tacón, con quienes espera a quien espera mientras yo me apuro para llegar. La ventana de mi casa natal da exactamente al lugar que parece tener el placer de verla quedarse por lo menos durante un rato, alegría de la que yo carecí durante toda mi vida y a las 3 y 58 la vi frenar con la mirada perdida en algún punto de la cuadra, un punto que nunca me enfoca a mí. Sali como estaba, con la camisa a medio abrochar, con una media de cada color y con solo un zapato puesto porque este milagro no es permanente y dentro de poco ella volverá a desaparecer, no sé por cuanto tiempo en el horizonte alfombrado de lila jacarandá. Y ya la llevo esperando desde el otoño tardío, desde el invierno seco donde este árbol no le adorno los pies y desde la primavera que tardó en florecer, en todas esas ocasiones la vi y no tuve el valor de acercarme, pero hoy, sí. Al menos alcancé a peinarme pensé mientras corría la media cuadra que tengo hasta la esquina, gritaba su nombre con el aliento que me quedaba y ella parecía no oírme, como si la única voz que no es capaz de escuchar fuese la mía, como si mi voz no hubiese sido creada para que ella la escuche. Un auto llega al doble de la velocidad a la que corro, negro, misterioso, mientras una mano se mese invitándola a entrar en él. Sigue de espaldas, no puede ser que no perciba mi presencia, que no sienta mi necesidad de verla, "¡Mamá!" digo en un último intento con la esperanza entre las manos ya harta de su propia naturaleza. Su mirada se gira finalmente para verme, pero es como si viera directamente al vacío, un vacío de hielo celeste, inexpresivo, helado, al chocar con mis pupilas doradas de ansia y de sol creí que se derretiría, pero solo me corrió la vista. Se metió en el auto y subió el vidrio del acompañante, no pude ver quien era el conductor, pero me lleve algo más, sin quererlo entendí que espere a quien espera, nunca me espero a mí.

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